EL APEGO DESORGANIZADO

20.06.2015

El siguiente artículo muestra la definición del apego, así como su tipología y la relación de ellos con las diferentes formas de maltrato y negligencia en niños y adolescentes.

1. EL APEGO

1.1 EL CONCEPTO DE APEGO

El "apego" (attachment, Bowlby, 1969, 1973, 1980) es un vínculo afectivo, de naturaleza social, que establece una persona con otra, caracterizado por conductas de búsqueda de proximidad, interacción íntima y base de referencia y apoyo en las relaciones con el mundo físico y social. Desde el punto de vista emocional, este vínculo, cuando se está seguro de la incondicionalidad de la figura de apego y de la competencia del otro para ayudar, conlleva sentimientos de seguridad, estabilidad y autoestima, facilitando la empatía, la ternura, el consuelo, la comunicación emocional y hasta el amor, entre las dos personas. Desde el punto de vista mental, el apego acaba construyendo un conjunto de representaciones sobre la propia figura de apego, sobre sí mismo, la relación y la supuesta imagen que la figura de apego tiene de la persona apegada. Si el vínculo del apego se forma de manera adecuada, el contenido esencial de estas representaciones es la incondicionalidad, la seguridad en que la figura de apego no va a fallar ni a abandonar a la persona apegada, y la eficacia, la creencia en que el otro tiene la capacidad de proteger, cuidar y ayudar (López, 2006). El modelo propuesto por Bowlby se basaba en la existencia de cuatro sistemas de conductas relacionados entre sí: el sistema de conductas de apego, el sistema de exploración, el sistema de miedo a los extraños y el sistema afiliativo (Delgado, 2004).

Este vínculo se forma en el primer año de vida, a través de un largo proceso, y es, por antonomasia, el vínculo entre un niño o niña y sus progenitores/cuidadores, análogo a la impronta en otras especies. Durante le infancia puede establecerse este vínculo con una o varias personas: padres, cuidadores y otros familiares. Pero la posibilidad de nuevos procesos de vinculación a nuevas figuras de apego permanece abierta toda la vida (López, 2006).

Las funciones del apego son muy amplias, pero esencialmente, lo que este vínculo hace es asegurar la supervivencia de la cría (que procura estar próxima), darle seguridad (se sabe protegida), estima (se sabe querida) y posibilidad de intimar (comunicación emocional privilegiada), así como funcionar de base desde la que explora la realidad y a la que acude a refugiarse cuando lo necesita (López, 2006).

La interacción que se produzca entre el cuidador y el niño podrá dar cuenta de la calidad del vínculo, lo que tendría que ver con lo que Bowlby (1980) identificó como modelos operantes internos (MIOs), que serían expectativas que posee el niño acerca de sí mismo y de los demás, y que le hacen posible anticipar, interpretar y responder a la conducta de sus figuras de apego, ya que integran experiencias presentes y pasadas en esquemas cognitivos y emocionales. En la misma línea, Fonagy et al. (1995) señalan que a partir de experiencias repetidas con sus figuras de apego, los niños desarrollan expectativas en cuanto a la naturaleza de las interacciones (Rojas, 2006).

Mary Ainsworth, siguiendo las líneas de investigación del apego propuesto por Bowlby, a partir de su experimento sobre la Situación Extraña, encontró tres patrones principales de apego: niños de apego seguro, inseguro evitativo e inseguro ambivalente (Delgado, 2004).

1.2 EL APEGO DESORGANIZADO

Ya desde principios de los años setenta, algunos investigadores del apego reportaban que alrededor de un 10% de casos no podían ser categorizados en los patrones de apego propuestos por Ainsworth y sus colaboradores (Seguro (B), Inseguro Evitante (A) e Inseguro Ambivalente (C) (Ainsworth, Blehar, Waters & Wall, 1978). Este 10% de infantes desplegaba una serie de conductas en el Procedimiento de la Situación Extraña (PSE) que desafiaba el hecho de que el niño hubiera desarrollado una estrategia coherente para vincularse con la madre, al presentar comportamientos contradictorios, atemorizados, bizarros y claramente conflictivos en el intento de aproximarse al cuidador (Sroufe & Waters, 1977). No obstante, algunos autores consideran al apego desorganizado como un subtipo del apego inseguro, independientemente de la clasificación secundaria (Ijzendoorn, Schuengel, & Bakermans-Kranenburg, 1999).

En situaciones donde se activa el sistema de apego, el comportamiento característico de estos niños sería: a) presentación secuencial o simultánea de conductas contradictorias; b) movimientos y expresiones indirectas, mal dirigidas, incompletas, e interrumpidas; c) movimientos estereotipados, asimétricos o mal temporalizados, y posturas anómalas; d) quedarse paralizado (congelación) o moverse lentamente; e) índices indirectos de aprehensión respecto al progenitor; f) índices directos de desorganización y desorientación. Se trata por tanto de manifestaciones especialmente dramáticas, que sugieren la existencia de dificultades serias en los procesos de estructuración interna del niño y del vínculo entre éste y sus cuidadores (Rodríguez A. G., 2010).

El comportamiento del apego desorganizado no son simplemente conductas extrañas e incoherentes; sino aquellas conductas que se consideran indicadores de una experiencia de estrés y ansiedad que el niño no puede resolver porque el padre/madre es al mismo tiempo la fuente de miedo así como el único refugio potencial de seguridad (Ijzendoorn, Schuengel, & Bakermans-Kranenburg, 1999).

Los niños con apego desorganizado son más susceptibles de estrés en la infancia (Hertsgaard, Gunnar, Erickson, & Nachmias, 1995; Spangler & Grossmann, 1993). Pueden llegar a ser más agresivos en el jardín de infantes (Lyons-Ruth, 1996), y pueden incluso llegar a ser vulnerables a la alteración estados mentales como la absorción (Hesse & Van Ijzendoorn, 1998) y la disociación en edad joven adulta (Carlson, 1998). En esta línea de investigación, este tipo de apego se considera como un factor de riesgo importante en el desarrollo de la psicopatología infantil (Bones, Fueyo, & Zeanah, 1997; Lyons-Ruth, 1996; Zeanah, Bones, & Larrieu, 1997; Zeanah, Bones, & Scheeringa, 1997), citado en (Ijzendoorn, Schuengel, & Bakermans-Kranenburg, 1999).

Estas primeras teorizaciones sobre el apego desorganizado lo vinculaban a un miedo sin solución, a la existencia de un dilema insoluble al que se estaría enfrentando el niño; en efecto, su conducta no sería incoherente o bizarra, sino indicadores de que vive una experiencia de angustia que no puede resolver porque el cuidador es la fuente de miedo al mismo tiempo que constituye el único puerto potencial de seguridad. Esto explicaría su frecuente aparición en familias con un padre maltratador (casi 80% de los niños de estas familias). Lyons-Ruth amplió esta visión original, sugiriendo que el apego desorganizado también puede ser el producto de un padre extremadamente insensible o alterado que falla continuamente en tranquilizar y confortar la activación en el niño de las necesidades de apego; por tanto, el niño quedaría expuesto a la disregulación emocional sin contar con la ayuda de su cuidador. Main resumía estas situaciones hablando de cuidadores aterrorizados, aterrorizantes, y disociativos (Lecannelier, Ascanio, Flores, & Hoffmann, 2011).

En general, las familias sin problemática psicopatológica de clase media, alrededor del 15% de los niños desarrollar apego desorganizado. En otros contextos sociales y en la clínica, este porcentaje puede llegar a ser 2 o incluso 3 veces mayor. Características constitucionales o temperamentales del niño no parecen contribuir a desorganizado. Se ha especulado sobre si los niños son más susceptibles, pero la datos meta-analíticos no confirman esta afirmación (Benenson, 1996), citado en (Ijzendoorn, Schuengel, & Bakermans-Kranenburg, 1999).

A lo largo de los años de investigación se han desarrollado una serie de modelos etiológicos sobre el apego desorganizado, entre los que destacan el Modelo de Main & Hesse, El Modelo de Karlen Lyons-Ruth, El Modelo de Solomon & George, El modelo de Koós & Gergely y, finalmente, el modelo de Bernier & Meins (Lecannelier, Ascanio, Flores, & Hoffmann, 2011).

1.3 MALTRATO Y APEGO

Fonagy (2000) indica que los niños que son maltratados no pueden integrar simbólicamente el hecho de que la misma persona que los cuida y alimenta, simultáneamente los maltrata; esto afecta la capacidad de integrar las representaciones de sí mismo y de los otros, generando representaciones escindidas y contradictorias que coexisten (Gergely, 1997, citado en Fonagy, 2000) (Fonagy, 2004) (Mesa, Estrada, Bahamón, & Perea, 2009).

La literatura afirma que el maltrato afecta negativamente el desarrollo de los niños (Cicchetti & Toth, 2005; Hildyard & Wolfe, 2002; Howe, 2005; Macfie, Cicchetti & Toth, 2001 Moreno Manso, 2005; Pollak, Cicchetti, Hornung & Reed, 2000), y la calidad del apego infantil no es la excepción (Aspelmeier, Elliot & Smith, 2007; Baer & Martinez, 2006; Bowlby, 1969, 1973, 1980; Glaser, 2000; Hodges & Steele, 2000; Morton & Browne, 1998). Casi la totalidad de los niños víctimas de maltrato desarrollan un apego inseguro-desorganizado (Barnett, Ganiban & Cicchetti, 1999; Carlson, 1998; Cicchetti & Barnet, 1991; van IJzendoorn, Schuengel & Bakermans-Kranenburg, 1999), lo que impacta negativamente en su desarrollo posterior (Cicchetti & Toth, 2005; Hesse & Main, 2000; Jacobvitz & Hazen, 1999; Solomon & George, 1999) (Rodríguez, Contreras, & Castro, 2012).

Bowlby (1980) plantea que en situaciones de maltrato tempranas los niños desarrollarían procesos defensivos para enfrentarlas, tales como la exclusión defensiva y la segregación del sistema principal (Bretherton & Munholland, 2008). El primero busca proteger al individuo de ser consciente de eventos o pensamientos que puedan ser insoportables si son aceptados como verdaderos (Bowlby, 1980), puede manifestarse a través de una desactivación del sistema de comportamientos de apego o por una desconexión cognitiva (Bowlby, 1980)(Rodríguez, Contreras, & Castro, 2012). El segundo proceso defensivo corresponde a la segregación del sistema principal de representación del apego (Bowlby, 1980), que implica el desarrollo de múltiples selfs separados con acceso a diferentes MIOs organizados, y con un cúmulo de recuerdos propios (Bretherton & Munholland, 2008).

En el caso que las respuestas del cuidador sean extremadamente incoherentes y/o maltratadoras el niño no sería capaz de conformar una estrategia organizada de apego, situación ante la cual se activarían dos sistemas de comportamiento contradictorios entre sí: el de apego y el de miedo (Main & Hesse, 1990), experimentando a la vez dos comportamientos incompatibles: el de escape y acercamiento (Lyons-Ruth, Bronfman & Atwood, 1999; van IJzendoorn et al., 1999). No obstante lo anterior, algunos autores proponen que los niños con apego desorganizado desarrollan frágiles estrategias de comportamiento para adaptarse a contextos de maltrato que les permiten, en cierta medida, protegerse y autorregularse (Crittenden, 1999; Liotti, 1999, 2004; West & George, 1999) (Rodríguez, Contreras, & Castro, 2012).

Aproximadamente el 90% de los niños expuestos a maltrato desarrollan un apego inseguro, y de este total el 80% desarrolla un apego desorganizado (Carlson, Cicchetti, Barnett, & Braunwald, 1989; van Ijzendoorn et al., 1999), (Rodríguez, Contreras, & Castro, 2012).

1.4 ADOPCIÓN Y APEGO

Las experiencias tempranas de algunos menores se ven marcadas por la negligencia, el maltrato y el abandono, lo cual introduce una distorsión de las relaciones emocionales básicas y afecta de forma muy negativa al desarrollo; situaciones de desprotección que culminan con la separación de los niños y niñas de sus familias biológicas con el objetivo de ofrecerles un entorno de desarrollo más favorable. La adopción implica una discontinuidad en la trayectoria de cuidado que conlleva la separación y pérdida de figuras de referencia, y el establecimiento de nuevas relaciones de apego. Pero la historia previa de estos niños y niñas no desaparece a la llegada al nuevo hogar y el proceso de vinculación con sus nuevos padres y madres se verá en parte mediado por esas experiencias tempranas (Román & Palacios, 2011).

La negativa influencia de la experiencia de institucionalización sobre el desarrollo emocional no puede dejar de ser mencionada. Por sus condiciones estructurales, una institución no puede ofrecer el tipo de vinculación selectiva, íntima y estable que el contexto familiar hace posible (Berástegui y Gómez, 2009; Hodges 1996) (Román & Palacios, 2011).

Menos explorado en los estudios con adoptados ha sido el apego desorganizado. En la investigación holandesa de Van Londen et al. (2007), por ejemplo, se encontró que el 36% de la muestra de niños y niñas adoptados antes de los 12 meses de edad presentaba este tipo de apego. El metanálisis de Van den Dries et al. (2009) halló una incidencia del apego desorganizado del 31% entre los adoptados, lo cual supone el doble del porcentaje esperado en muestras normativas (Van Ijzendoorn et al., 1999) (Román & Palacios, 2011).

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